Todas las personas somos individuos diferentes en sexo, en capacidades, en ritmos vitales y de aprendizaje, en gustos y aficiones, en orígenes... ésta es la realidad diversa en la que vivimos y en la que viven y vivirán nuestros hijos y alumnos.
Si somos capaces de ver esta diversidad en positivo, afrontaremos más fácilmente las dificultades de encaje, que es normal que se den y será una fuente de enriquecimiento para todos.
¿Cómo afrontamos la diversidad de las personas? ¿Tendemos a negarla o la integramos y la
aceptamos como el hecho natural que es?
Aprender a convivir es aprender a convivir entre personas diferentes. Las experiencias de
convivencia con personas con discapacidades son oportunidades de conocer y descubrir el
verdadero valor de las personas por encima de la discapacidad, y desarrollar actitudes positivas de relación interpersonal (con cualquier persona), como el servicio, el respeto, la solidaridad. Nos asusta lo que desconocemos. La amistad, el afecto y la solidaridad sólo pueden crecer con el conocimiento mutuo y la convivencia.
¿Cómo reaccionamos cuando sabemos que en clase hay un niño o niña con alguna
discapacidad?¿Nos alegra? ¿Nos incomoda? ¿Nos preocupa? ¿Nos es indiferente?...
Las personas tenemos que aprenderlo todo. También debemos aprender a relacionarnos con los demás y éste es un aprendizaje complicado, pero necesario, porque de él depende nuestra felicidad y la tan deseada “paz”. Las relaciones humanas no son sencillas ni fáciles, porque están cargadas de sentimientos ambivalentes y contradictorios; eso no lo podemos negar. Por eso, es importante aprender a vivir las dificultades positivamente: en realidad son oportunidades, individuales y colectivas, de aprender y luego así mejorar. Y esto se observa también en el caso de la integración.
¿Sabemos cómo relacionarnos con personas que tienen alguna discapacidad? ¿Sabemos
establecer con ellas relaciones de tú a tú, sin paternalismos? ¿Nos interesa conocerlas y
relacionarnos con ellas?
Las personas nos necesitamos todos, los unos a los otros. Por eso somos seres “sociales”. Pero sabemos que pedir ayuda cuando se necesita es una de las cosas que más nos cuesta aprender; como también, ayudar sin sobre proteger, sin herir la autoestima del otro. Toda persona necesita aprender a ayudar y ser ayudado, y sólo lo podemos hacer con experiencias vitales, dentro de la familia, en la escuela... La vivencia de la diversidad nos permite darnos cuenta de que ayudar y ser ayudado es una característica innata de los seres humanos, y que no tiene que ver con la debilidad, sino con el hecho de que somos dependientes los unos de los otros.
¿Tendemos a ser paternalistas o sobre protectores con las personas discapacitadas? ¿Y con los hijos o alumnos?¿Hemos aprendido a pedir ayuda?
La actitud de los adultos, especialmente de los padres y maestros, tiene una gran incidencia en la manera como los niños y niñas se plantean y viven las relaciones entre los compañeros de clase, tengan o no discapacidades. Por eso es tan importante que nos cuestionemos cómo nosotros mismos nos situamos ante los niños que tiene algún tipo de
dificultad física o de comportamiento, alguna característica personal (de procedencia, de lengua...) que les hace destacar, o cuando les faltan recursos familiares o sociales.
¿Tenemos tendencia a decir “cuidado con este compañero” o pensamos en cómo podemos
ayudar a esos niños a salir adelante? ¿Tenemos actitudes que pueden interpretarse como “tú, preocúpate por ti”, o animamos a nuestros hijos o alumnos a establecer relaciones solidarias con sus compañeros?
Enseñar el camino de la solidaridad es facilitar que los hijos y alumnos puedan ser y sentirse felices y construir un mundo mejor en el que todos tengamos cabida. A la larga todos sufrimos
preocupándonos sólo por nosotros mismos.
No podemos desentendernos de los que nos rodean. Cuanto más ayudemos a los pequeños a ejercitarse en el respeto, la solidaridad y el altruismo, mayores garantías tendremos de contribuir a hacer un futuro mejor para todos
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