La agresividad
La agresividad es aprendida por experiencia directa o indirecta, por la observación de modelos y por juicios sociales. Los escenarios en los que el niño puede aprender conductas agresivas son la familia, el entorno social y los medios masivos de comunicación social, especialmente la televisión. La aparición temprana de la agresividad hace pensar que sus causas la determinan en la primera infancia o antes de nacer. Entre los factores que parecen estar relacionados figuran los antecedentes familiares de criminalidad, cuando a esto se suma un ambiente de crianza inapropiado.
También, la exposición a alcohol durante la gestación, ciertos rasgos del temperamento
y los patrones de interacción de los cuidadores con el niño durante el primer año, pues
las características de estas interacciones forman la base de sus expectativas ante el
medio y la manera de interactuar con él. Las relaciones impredecibles, hostiles, frías, insensibles o negligentes generan un patrón de interacción evasivo en el niño. Cuando el cuidador interviene en la actividad del niño con regaños o cantaleta, este lo ignora o replica con insolencia, ante lo cual el adulto no reacciona o se retira, reforzando así la conducta agresiva. A su vez, como el adulto tiende a no supervisar adecuadamente al niño no interviene en otras situaciones en las que utiliza la agresión. A veces se refuerza el comportamiento
agresivo porque solo así logra obtener la atención de sus padres.
Los padres agresivos suelen tener hijos agresivos. Es una observación frecuente que los niños que terminan siendo delincuentes no tuvieron padres que estimularan su buen comportamiento y reforzaran sus actos positivos y fueron rudos o inestables o ambas cosas a la hora de castigarlos: ser testigo de violencia conduce a asumir actitudes violentas. Otra forma de aprender el comportamiento agresivo en los niños es la observación de estos comportamientos. Por ejemplo, cuando son testigos o víctimas de violencias, ya sea en la familia, en la escuela o en la televisión, o cuando perciben que estos comportamientos son tolerados o aceptados: los niños se dan cuenta de que al utilizar esos comportamientos obtienen resultados exitosos.
El maltrato infantil, el ser testigo de violencia familiar, la falta de claridad en las normas
y de supervisión son factores asociados con la agresividad en el niño. Las familias de
niños agresivos tienden a ser más violentas y conflictivas. A su vez, en estas familias se tiende a utilizar con mayor frecuencia estrategias coercitivas en la crianza (autoritarismo). Mediante estos mecanismos el niño aprende a valorar y a utilizar la agresión para lograr sus propósitos y no desarrolla otras alternativas pacíficas para resolver los conflictos de convivencia.
Una vez establecida la agresividad, se mantiene como un atributo relativamente estable, probablemente porque esta conducta se genera en ambientes sociales que estimulan y mantienen hábitos agresivos, por lo cual es común que en la adolescencia la agresividad sea una verdadera conducta antisocial. Este panorama hace clara la necesidad de procurar que los niños y niñas no adquieran hábitos agresivos.
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